Los pies rozaban las minúsculas particulas minerales que conformaban el vastísimo paisaje.
Era una playa muy particular. Cada vez que en su mente se libraba una batalla campal, tomaba las llaves del bowl que se encontraba al lado de la puerta y sin mirar atrás se dirigía allí. A toda velocidad, conducía sin pensar, sin vacilar siquiera un instante.
Una vez que llegaba a la hilera de rocas que separaban el paisaje de la jungla de cemento, se bajaba del auto, dejando sus zapatos dentro de él, y caminaba parsimoniosamente hacia el horizonte que se dibujaba a lo lejos, entre la arena y el cielo.
El mar se arrastraba rítmicamente por la orilla, como queriendo tocar sus pies.Intentando perturbar la paz que la inundaba con un arrebato de espuma fría.
Caminaba hasta que el sol se posaba detrás de las olas, esas que rompían a lo lejos en un quejido casi mudo. En ese momento, se sentaba sobre una de las rocas, y en un instante casi imperceptible, procuraba guardar la imagen de ese atardecer. Tan igual, y tan distinto a todos los demás.
Hoy, era un día como todos los demás, con la única y peculiar diferencia de que, una vez que el sol desapareció en el infinito,corrió.
Corrió en dirección al mar.
Sintió como lentamente la tela del vestido se pegaba a su piel, y cómo esto se convertía en una masa pesada que parecía atarla a la tierra, en un intento de detenerla.
Corrió siempre, o al menos así sucedió para ella, hasta el dia en que se dejó llevar.