martes, 21 de octubre de 2008

Es que dos que se quieren se dicen cualquier cosa ♪


En un principio, su yo interno le decía al oído que no podría encontrar nunca algo que reeplazara ese eslabón perdido de su cadena vital, esa parte de su alma que parecía no tener lugar por sí misma.

Quizás fue obra del caprichoso destino que cierto día decidiera que era tiempo de caminar por otra senda, que aquél moreno de piel color trigo y ojos de miel era justo lo que necesitaba para sentirse otra vez abrazada por la suave brisa que envuelve a los que , esperanzados, creen haber sido atravesados por la flecha del alado cupido.Y era el Mayo de un año, hasta ese momento, poco prometedor, los pilares enclenques de su ego habian sido derrumbado por una serie de tornados imprevistos y traicioneros, dejando en ruinas sus ambiciones,y era una tarde de sábado que de un momento para el otro termino siendo una salida desganada con 2 amigas que no habían conseguido nada prometedor para mirar por TV y decidieron tomar el teléfono.

Se descubrieron las 3 tomando el helado rutinario, ese que no puede faltar en una salida ,esperando gente que nunca apareció.

Por fortuna, una de ellas tenía el número de ese chico que había conocido apenas 15 horas atrás y que le había parecido el ser mas copado y amable sobre esta tierra.

Claro está que , resignadas a su ultima chance de evadir el aburrimiento, no dudaron en intentar comunicarse, considerando que quizás era otro chico más que la visión distorsionada de una chica en una fiesta había convertido en una especie de principe azul, pero no tenían nada que perder.

Pidió que lo esperaran en San Martín y Córdoba, esquina nada original para un encuentro en una ciudad como Rosario, en la que todos parecen estar programados para frecuentar los mismos lugares.

Esperaron, esperaron, y siguieron esperando,y desde ese momento asumieron que no era de los que llegan un minuto antes por las dudas,la del pelo castaño y rebelde buscó más que las demás entre la multitud, ansiosa de ver con qué se encontrarían, y si sería tal como la del cabello rubio lacio y largo hasta las caderas lo había pintado.

No supo jamás porque, pero a pesar de haber una multitud de innumerables personas, supo que ese que venia campante con una remera lila, sencilla, nada reconocible a decir verdad, era él.En un principio atino a decir por lo bajo a su amiga que no era tan perfecto como decía, que había sido tan exagerada como siempre, saludó al recién llegado y se dispuso a ponerse sus aviadores negros que tanto amaba , agarrar del brazo a su otra amiga y caminar delante de los otros dos, sin decir palabra al respecto.Lo que ellas no sabían , era que por dentro, no hacía mas que considerar que era lo más hermoso que había visto jamás.

Pasó un rato hasta que se detuvieron en Plaza Pringles a decidir qué iban a hacer lo que restaba de la tarde.Casi unánimemente se concretó que una partida de pool era la mejor opción, nada como rememorar épocas en que una mesa y dos tacos eran la única y mejor diversion de un sábado por la tarde.

Se ubicaron en equipos de a dos, chico nuevo y rubia por un lado, cabellos castaños y flequillo incorregible por el otro.pasó lentamente la partida, la humilde modestia de aquel chico hacía que no pudiese sacar sus ojos de encima de él, no había nada más.

Se hizo de noche, la partida estaba a punto de terminar, sus dos amigas debían volver a casa, de lo contrario, serían asesinadas por sus respectivos padres al llegar, por lo que se decidio que ella y el terminarian la partida y despues les dirían cómo habia terminado.

Como era de esperar, él ganó por afano, pero ella estaba bien con eso, no era mala perdedora, se acercó a darle la mano y en esa precisa fracción de segundo se miraron a los ojos y nunca se supo si fue ella, o él, o los dos , o el impulso, o una mano invisible que los empujo, pero tiraron de sus brazos hasta quedar abrazados , unidos en un beso que sería dificilmente olvidado,por su sabor dulce y prohibido, por la adrenalina de la partida que en realidad no importaba, pero era sólo una excusa,y por los meses que seguirían en los que no disfrutarían nada más que estar abrazados caminando a casa por la costanera.